LIBERALIZACIÓN
Como se deriva de «libertad», la palabra «liberalización» suena muy positivamente. Escucharla sugiere promesas de que nos quitan ataduras, nos abren horizontes y nos aguardan proyectos.
Pero ¡cuidado!, no vivimos solos sino con otros. Veamos un ejemplo:
Varios chicos disfrutan de un columpio mecánico, meciéndose durante un cierto tiempo cada uno. De pronto llega un grandullón y acaba con las reglas del juego. «Nada de turnos ni normas. Esto se liberaliza». Y, como es el más fuerte, se instala en el columpio y no se apea hasta que se le antoja. Los demás descubren entonces cómo liberalizan los poderosos. Cuando hay conflicto entre fuertes y débiles -y rara vez hay equilibrio de poderes- son los débiles quienes reclaman normas contra el posible abuso, mientras los fuertes quieren tener las manos libres para aprovecharse de la situación.
Trampantojo: «Liberalizar el mercado de trabajo» no es dar más libertad a los obreros sino entregarlos a la decisión de los patronos.
EUTANASIA
La ideología católica sigue emperrada contra la eutanasia. Bueno, pues que la obedezcan sus fieles, pero que no pretenda obligar a los demás. Que nos deje morir a nuestro aire.
La Iglesia quiere que un enfermo terminal, sostenido solo artificialmente y sin vida propiamente humana, siga sufriendo y haciendo sufrir a otros. Al parecer, el Vaticano piensa que a su dios le gusta el dolor inútil de los hombres.
Contra la eutanasia el clero esgrime un mandamiento divino: «no matarás». Pero, aparte de que sólo es divino para el creyente (a los demás eso no nos consta), recordemos que la Iglesia completa su «ley de dios» con sus reglamentos canónicos, añadiendo al decálogo una letra pequeña que completa este mandamiento más o menos así: «no matarás salvo que se trate de un pagano, o un idólatra, o musulmán, o judío, o regicida, o adúltera, o sodomita, o enemigo de la santa religión o cualquier otro caso análogo. Tales personas podrán ser quemadas vivas, descuartizadas, atormentadas o, en fin, ajusticiadas de la manera más apta para impresionar a posibles imitadores».
Trampantojo: Gracias a esa letra pequeña de sus reglamentos, la Iglesia ha matado, y en masa. En cambio, ahora, ante una eutanasia legalizada que evitaría dolores inútiles a los moribundos, la Iglesia se empeña en que continúen sufriendo. Huele a morboso y casi sadismo clerical.