Se cumplen sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y me felicito de que una asociación dedicada a la promoción de la salud y la cultura que lleva mi nombre lo conmemore. Afortunadamente para ellas, las promotoras de la idea son demasiado jóvenes como para recordarlo personalmente. En cambio yo evoco con nostalgia la alegría y esperanza con la que muchos de nosotros la recibimos en su día. Sí, con nostalgia; con la mirada utópica que nos mueve hacia delante, creímos entonces que se habían sacado las conclusiones pertinentes del Holocausto, de los horrores del fascismo, de Auschwitz, Mauthausen y Buchenwald por citar sólo unos ejemplos. ¿Quién nos iba a decir que seis décadas después estaríamos denunciando Guantánamo, Gaza, Abu Ghraib, detenciones ¡legales de «sospechosos»?.
Conmemorar hoy la Declaración de los Derechos Humanos es reivindicar su cumplimiento en una época en la que, aprovechando el condenable atentado contra las Torres Gemelas neoyorquinas, se ha instaurado la filosofía de la guerra preventiva, es decir, se vuelve a la ley del más fuerte en detrimento del Derecho Internacional y de los avances, pese a sus deficiencias, que las Naciones Unidas representan en materia de derechos universales.
Irak, Chechenia, Palestina, Tibet, África toda ella. Incluso nuestro maravilloso mundo occidental con sus bolsas de pobreza y chabolismo en las grandes ciudades, junto a sus codiciosos y ahora «menesterosos» banqueros y financieros cometiendo delitos de «lesa economía.»
El nuestro es un mundo en el que cuatro quintas partes de la Humanidad pasan hambre mientras la otra quinta parte padece enfermedades provocadas por exceso de comida. ¿Puede alguien considerar que se cumplen los derechos humanos? Ni siquiera el más elemental de ellos que es el derecho a alimentarse.
Unamos pues nuestras voces para que dentro de sesenta años no estemos en las mismas, para que algún día lo podamos celebrar de verdad.