1940-1950
«Melilla, mi destino tras la guerra, era un inmenso cuartel. Pedí el traslado a Madrid y cuando lo conseguí no perdí el tiempo en abandonar aquello. Pero una vez más, la alegría duró poco. Por segunda vez, al poco de levantar cabeza y empezar a vivir, una mala racha me cortó las alas.
En el cuarenta y dos muere mi abuela, al poco mi padre, y mi madre apenas los sobrevivió unos meses. Casi sin tiempo para asimilar las sucesivas pérdidas, a mis veinticinco años me encuentro jefe de familia con la responsabilidad de dar estudios a mis hermanos ¡En el Madrid de los cuarenta!
Pero mi vocación de escritor ya había arraigado.
En el año cuarenta y cuatro se crea la Facultad de Ciencias Económicas y Políticas cuyas clases se daban por la tarde en el edificio de la Facultad de Derecho, en la vieja Universidad de San Bernardo lo que me permitía trabajar por la mañana, estudiar por la tarde y pasar apuntes por la noche, además de trabajos suplementarios. Empecé esa carrera no tanto por interés hacia la materia como por razones utilitarias. Sin embargo, una vez iniciados los estudios, aquello empezó a interesarme, sobre todo el aspecto más humano de la economía.
En el cuarenta y cuatro, superados los golpes afectivos del cuarenta y dos, me casé y en el cuarenta y seis tuve a mi hija. Ése fue un gran momento.
En el cuarenta y siete me licencié y obtuve el Primer Premio de Licenciatura. Fue un año exitoso.
El decano me propuso para una entrevista con el director general del Banco Exterior de España, don Manuel Arburúa, que después sería ministro de Comercio. Así empecé en el Banco Exterior de España y así continué, sin aprender absolutamente nada de operaciones bancarias ni de cómo hacer dinero a cambio de encargarme del Boletín Semanal y de todas esas cosas que a los bancarios tradicionales parecían poco menos que imposibles.
El decano también me ofreció encargarme de una asignatura de la carrera, entonces nueva y aún sin catedráticos, salvo los de la Facultad de Derecho. Después de la escritura, la docencia es lo que más me ha apasionado.
En el cuarenta y siete empecé a ver los frutos de mis denodados esfuerzos al obtener el accésit con La sombra de los días y conseguir un puesto en la facultad y otro en el banco. También publiqué mi primer trabajo de Economía.
La mayoría de mis cuentos están escritos en esa época y bajo la influencia de Katherine Mansfield, Guy de Maupassant y Antón Chéjov. En el año cincuenta se creó el Premio Calderón de la Barca, al que me presenté y obtuve con La paloma de cartón».